en cada estación sube locuras a bordo,
¿Cuánto tiempo pasa entre la frenada y escuchar, quizá, una voz sentada?
Desembolsa el arma y aprieta el gatillo, me convierto en un instante de caricia social.
Aflora por la simpatía, una vergüenza secreta, bizarra forma de llegar a mí.
Fue culpa de Ibiza multicolor, muebles le intimidan,
sonidos oscuros como la densidad de la luz que vuelven su ser un espacio en blanco.
Ibiza apuntó sobre su nuca,
y un revolver desde Palermo hasta Chacarita
y hospital, un mes, nada.
Y aunque ahora vendió el arma, sigue apretando el gatillo.
Captura a la gente con un simple disparo,
"Qué tal, cómo te va, me gusta tu remera".
Disparó. Sigo viva.
Porque todo fue culpa de Ibiza.
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