16.12.14

Un lugar.

¿Qué pasa cuando ya no alcanzan las palabras o, más bien, sobran?
Entonces brota un llanto, digamos perecedero, que no cesa y hasta pareciera que llegara a gustar. Una suerte de llanto-socorro-consuelo, lugar secreto y no tanto. Desde ese espacio asomo las narices, quiero decir, saco la cabeza al exterior como si mágicamente me surgiera la respuesta. Quizá algunas veces simplemente la respuesta sea nula.
Y era por eso que me encontraba acá, arriba, abajo, según con el ojo que se lo mire, parada sobre la llave intentando que la puerta se vuelva giratoria, ciega, sin ver la cerradura. Eso que estaba en la punta de mi nariz y no me confesaron los zapatos.

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