30.10.11

Lunes otra vez.

Las chispas del centelleante Sol, traspasaban los inmensos árboles y  lograban templar mi piel. Allí estaba yo, en esa cálida espesura, acompañada por un grupo de sujetos que no eran de mi entender. Solo sabía que estábamos juntos, y simplemente ya era parte de su etnia. Mi alrededor se tornaba tranquilo... Aquello era una especie de morada pero muy particular, claro,  ya que estaba expuesta a la vida natural en su totalidad. En aquel lugar, podía observarse a una madre, regañando a sus pequeños por hablar con desconocidos. Aquellos se volvieron muy cercanos ya que no eran solo extraños. Venían junto con gran cantidad de equipos de alta tecnología. Éstos espantaron a los  ya aferrados a esas tierras, que  tenían un halo de  terror en su mirada, parecían desentendidos de lo que ocurría.
Algo me golpeó por atrás, y caí fragilmente en un instante.
 Al tomar conciencia sentí a lo lejos, voces y carcajadas, que me apaciguaron  plenamente. Me puse de pié y sigilosamente caminé algunos pasos en torno a ese alboroto que tanta curiosidad me había causado.
El panorama había sufrido un cambio rotundo; ya no estaba supeditado al drama. En cambio, se produjo un intercambio de carácter entre los antes turbios rechazos. En ese momento volví a divisar el trato entre los alli presentes. Una de las explorantes dialogaba con la muchacha que parecía ser hija de aquella alma mater de la etnia. Su panza tenía la magnitud de dos sandías, y presentía que iba a estallar en cualquier momento.
La mujer de cabellos dorados que logró interactuar con la encinta, tenía la intención de captar digitalmente aquel grato suceso.
Mientras ellas dialogaban, yo me perdía con la mirada en la espesura del lugar-que tenía un suelo empinado, y personalmente me daba levemente una sensación de vértigo-cuando de repente oí un aterrador grito. Al volver en si, divisé una escena tremenda. La muchacha con su panza como sandías, sufrió una terrible caída. Comenzó a rodar camino abajo, por aquella vertiginosa espesura que tanto temor despertó en mi.
Fugazmente todo se había tornado de un modo blanco brillante, y al instante, ese brillo se había convertido en el claro cielo razo de mi habitación.Un rayo de Luz pegaba contra mi rostro, y mi madre, desde la puerta, me cantaba una hermosa melodía con el propósito de que saltara con alegría de aquella cama, y me arreglara para ir a la escuela.
 Todo volvió a ser como uno de mis tranquilos 7 Lunes.

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